EVANGELIO
Mc
4, 26-34
Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Jesús
decía a sus discípulos: "El Reino de Dios es como un hombre que ech a la
semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la
semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma
produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la
espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha
llegado el tiempo de la cosecha". También decía: "¿Con qué podríamos
comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se
parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas
las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más
grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del
cielo se cobijan a su sombra". Y con muchas parábolas como éstas les
anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba
sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba
todo.
Palabra
del Señor.
El
Evangelio de San Marcos, tal como lo tenemos hoy, es considerado el más antiguo
de los Evangelios. Para cualquier lector atento de los Evangelios es
evidente que entre los tres primeros Evangelios – San Mateo, San Marcos y San
Lucas- hay muchos episodios paralelos que tienen notables semejanzas, incluso
de vocabulario. Esto es lo que permite ponerlos en columnas paralelas de
manera que puedan percibirse con una sola mirada; en una «sinopsis». Por este
motivo a estos tres Evangelios se les llama «Evangelios sinópticos».
Examinando
los episodios paralelos resulta evidente que existe dependencia entre ellos.
Rige aquí el principio de Santo Tomás de Aquino: «Es necesario que en aquellas cosas que son semejantes,
una sea causa de otra o que todas procedan de una sola causa».
Puede demostrarse fácilmente que San Mateo y San Lucas son independientes. En
efecto, si San Lucas hubiera conocido el Evangelio de San Mateo sería
impensable que hubiera desarticulado el Sermón de la Montaña, por ejemplo, y
que hubiera dejado fuera de su Evangelio, la parábola de las diez vírgenes
necias y prudentes, y la parábola del juicio final, que son textos propios del
Evangelio de San Mateo. Por su parte, tampoco es posible concluir que San Mateo
haya conocido el Evangelio de San Lucas, porque, en este caso habría debido
prescindir del así llamado «Evangelio de la infancia» de San Lucas con los
episodios de la Anunciación, de la Visitación, del Nacimiento de Jesús, y
habría tenido que desestimar las magníficas parábolas del hijo pródigo y del
buen samaritano, que aparecen sólo en Lucas.
Resta
entonces la única conclusión posible para explicar las semejanzas entre los
tres Evangelios sinópticos: que tanto San Mateo como San Lucas dependan de San
Marcos, es decir, que ambos evangelistas, al escribir sus respectivos
Evangelios, hayan tenido ante los ojos el Evangelio de San Marcos y lo hayan
empleado como fuente. Esto significa que el Evangelio de San Marcos es el más
antiguo y original -como hemos afirmado más arriba- y es el único que en un
momento existió sólo.
Podemos
concluir entonces que fue San Marcos el creador el género literario llamado
«evangelio», que luego fue adoptado por todos los demás. Este género consiste
en la revelación progresiva de la identidad de Jesús de Nazaret a través de un
relato de su vida, predicación y milagros, de la hostilidad creciente de las
autoridades judías, de su pasión y muerte en la cruz y de su resurrección de
entre los muertos. Cuando escribió su Evangelio, San Marcos pretendía dar una
respuesta completa a la pregunta: ¿Quién es Jesús de Nazaret? En nuestra
lectura de este Evangelio, que es el que se lee en la liturgia durante este año
B, estamos procurando encontrar esa respuesta.
El
ramo plantado en la montaña
Hemos
dicho que la Primera Lectura tiene relación con el Evangelio. En efecto, la
lectura del profeta Ezequiel (17,22-24) se dirige al pueblo en el exilio de
Babilonia y anuncia que Dios tomará de la punta de un alto cedro un ramo que
plantará en la montaña de Israel. Echará ramas y se convertirá en un cedro
magnífico en cuya ramas habitará toda clase de pájaros. El profeta veía el
futuro de Israel. Pero Dios veía mucho más allá. Jesús le da su pleno sentido,
anunciando el desarrollo impresionante de la Iglesia, cuya realidad es
precisamente hacer presente en el mundo el Reino de Dios.
¿Qué
es el Reino de Dios?
En
el Evangelio de hoy Jesús explica el misterio del Reino de Dios mediante dos
parábolas: el Reino de Dios es como un grano de trigo echado en la tierra, que
brota y crece hasta que, sin saber cómo, llega a ser trigo abundante; el Reino
de Dios es como un grano de mostaza, que siendo la más pequeña de las semillas,
crece hasta hacerse la mayor de las hortalizas, de modo que las aves del cielo
anidan en sus ramas.
Las
parábolas del trigo que crece indefectiblemente y del grano de mostaza que
crece hasta un árbol magnífico, destacan el crecimiento del Reino de Dios en el
mundo. Jesús extiende su mirada hacia el futuro y ve que, a pesar de la
modestia de los orígenes, la Iglesia crecerá y llenará el mundo. Sólo dentro de
la Iglesia de Cristo tenemos experiencia del Reino de Dios.
Si
nos preguntamos: ¿Qué es el Reino de Dios?, nos responde el Santo Padre en su
encíclica sobre las misiones: «El
Reino de Dios no es un concepto, no es una doctrina, no es un programa sujeto a
libre elaboración; el Reino de Dios es ante todo una persona, que tiene el
rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible»[1]. Por eso es que se
puede encontrar sólo dentro de la Iglesia. Es que «la luz de los pueblos, que
es Cristo, resplandece sobre la faz de la Iglesia», como leemos en la Lumen
Gentium.
Las
parábolas del crecimiento del Reino de Dios deberían ser suficientes para
comprender que Jesucristo es el Señor de la historia. No es necesario tener fe
para entender que aquí hay una auténtica profecía. Esta enseñanza fue
propuesta por Jesús alrededor del año 30 de nuestra era y fue registrada por
escrito en el Evangelio de San Marcos no después del año 70 (en realidad, mucho
antes). A la luz del desarrollo posterior y de la situación actual del cristianismo
en el mundo, cualquier persona inteligente debe reconocer que Jesús fue de una
clarividencia extraordinaria. Él anunció este desarrollo de su Iglesia cuando
nada hacía preverlo y cuando nadie lo habría imaginado. Al contrario, todo
hacía suponer que ese movimiento había sido sofocado con la muerte de Jesús en
la cruz.
Tal
vez la opinión más sensata haya sido la del Rabino Gamaliel. En un momento en
que los seguidores de Jesús eran un minúsculo grupo, aconsejó al tribunal
judío: «’Desentendeos de estos
hombres y dejadlos. Porque si esta idea o esta obra es de los hombres, se
destruirá; pero si es de Dios, no conseguiréis destruirlos. No sea que os
encontréis luchando contra Dios’. Todos aceptaron su parecer» (Hch
5,38-39). La historia ha registrado numerosos episodios de persecución; pero
no han conseguido destruir la Iglesia. Los hombres sensatos de hoy tienen más
elementos para concluir que la Iglesia es obra de Dios y que Él la conduce y
gobierna. ¡Ojalá nadie se encuentre luchando contra Dios!
+
Una palabra del Santo
Padre:
«Jesús
de Nazaret lleva a cumplimiento el plan de Dios. Después de haber recibido el
Espíritu Santo en el bautismo, manifiesta su vocación mesiánica: recorre
Galilea proclamando “la Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha cumplido y el
Reino está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1, 14-15; cf. Mt 4,
17; Lc 4, 43). La proclamación y la instauración del Reino de Dios son el
objeto de su misión: “Porque a esto he sido enviado” (Lc 4, 43). Pero hay algo
más: Jesús en persona es la “Buena Nueva”, como Él mismo afirma al comienzo de
su misión en la sinagoga de Nazaret, aplicándose las palabras de Isaías
relativas al Ungido, enviado por el Espíritu del Señor (cf. Lc. 4, 14-21). Al
ser Él la “Buena Nueva”, existe en Cristo plena identidad entre mensaje y
mensajero, entre el decir, el actuar y el ser. Su fuerza, el secreto de la
eficacia de su acción consiste en la identificación total con el mensaje que
anuncia; proclama la “Buena Nueva” no sólo con lo que dice o hace, sino también
con lo que es.
El
ministerio de Jesús se describe en el contexto de los viajes por su tierra. La
perspectiva de la misión antes de la Pascua se centra en Israel; sin embargo,
Jesús nos ofrece un elemento nuevo de capital importancia. La realidad
escatológica no se aplaza hasta un fin remoto del mundo, sino que se hace
próxima y comienza a cumplirse. “El Reino de Dios está cerca” (Mc 1, 15); se
ora para que venga (cf. Mt 6, 10); la fe lo ve ya presente en los signos, como
los milagros (cf. Mt 11, 4-5), los exorcismos (cf. Mt 12, 25-28), la elección
de los Doce (cf. Mc 3, 13-19), el anuncio de la Buena Nueva a los pobres (cf.
Lc 4, 18). En los encuentros de Jesús con los paganos se ve con claridad que la
entrada en el Reino acaece mediante la fe y la conversión (cf. Mc 1, 15) Y no
por la mera pertenencia étnica.
El
Reino que inaugura Jesús es el Reino de Dios; Él mismo nos revela quién es este
Dios al que llama con el término familiar “Abba”, Padre (Mc 14, 36). El Dios
revelado sobre todo en las parábolas (cf. Lc 15, 3-32; Mt 20, 1-16) es sensible
a las necesidades, a los sufrimientos de todo hombre; es un Padre amoroso y
lleno de compasión, que perdona y concede gratuitamente las gracias pedidas.
San
Juan nos dice que “Dios es Amor” (1 Jn 4, 8. 16). Todo hombre, por tanto, es
invitado a “convertirse” y “creer” en el amor misericordioso de Dios por él; el
Reino crecerá en la medida en que cada hombre aprenda a dirigirse a Dios como a
un Padre en la intimidad de la oración (cf. Lc 11, 2; Mt 23, 9), y se esfuerce
en cumplir su voluntad (cf. Mt 7, 21)».
Juan
Pablo II. Encíclica Redemptoris Missio, 13.
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