Juan Crisóstomo apuntala su tesis de que nadie es él a sí mismo con ejemplos de la Biblia. Quisiera meditar sobre algunas de las figuras bíblicas citadas por el obispo de Constantinopla y transponer su mensaje a la realidad concreta de nuestra vida. Otros ejemplos sacados del acompañamiento pastoral deberían ayudarnos a reconocer la actualidad que esas historias bíblicas tienen para nosotros.
Los tres jóvenes en el horno de fuego Se trata de aquellos tres jóvenes de los que habla el libro de Daniel. Son tres jóvenes de la nobleza israelita que fueron deportados a Babilonia. Allí el rey los trató y alimentó espléndidamente con objeto de prepararlos para entrar a su servicio. Cuando se negaron a adorar la estatua del rey, fueron acusados por algunos caldeos. Al mantenerse firmes incluso ante el rey, se les encadenó y arrojó a un horno de fuego al rojo vivo. «Pero los jóvenes caminaban en medio de las llamas alabando a Dios y bendiciendo al Señor» (Dan 3, 24).El ángel del Señor bajó al horno junto a ellos. «Lanzó las llamas fuera del horno e hizo que recorriera el horno un viento refrescante, de manera que el fuego no les causó daño ni molestia alguna; ni siquiera les tocó» (Dan 3, 49s). Y entonces los tres, a una sola voz, se pusieron a cantar un cántico de alabanza que se sigue cantando hasta el día de hoy en la liturgia de las laudes del domingo. Es evidente que no se trata sólo de asombrarse ante el milagro que nos cuenta la Biblia sobre estos tres jóvenes, porque entonces su historia no nos diría nada a la gente de hoy. Pero Crisóstomo interpreta el destino de los tres jóvenes de una forma que sí tiene que ver can nosotros ahora. Pues para él son un claro ejemplo de cómo nada externo como ni la prisión, ni la expulsión de la patria, ni el aislamiento, ni la pérdida de la fortuna pueden afectarnos.
Lo que distingue a los tres jóvenes es su fe en Dios. Como se mantienen firmes en Dios, los problemas de fuera no les pueden dañar. Para Crisóstomo el milagro no es tan importante como las ideas correctas que los tres jóvenes se han hecho de la realidad. La fe en Dios hace que se tenga un pensamiento exacto sobre las cosas, una postura justa sobre la patria, la posesión, la parentela, y que también se tenga libertad exterior. El milagro de que los jóvenes fueran salvados del fuego lo único que hace es confirmar la postura correcta ante las cosas que su fe les proporciona. Si tengo en Dios mi alcázar, entonces ni siquiera el fuego podrá hacerme daño. A nosotros no se nos va a arrojar seguramente a un fuego externo. Pero la situación de los tres jóvenes puede constituir un ejemplo para nuestra experiencia vital.
En el sueño el fuego sustituye a veces a la pasión, al amor, a la sexualidad, a la agresión. Suelen ser frecuentes los sueños en que se quema el tejado de nuestra casa. La mayoría de las veces significa que con frecuencia el espíritu y el instinto entran en confrontación dentro de nosotros. El fuego nos invita a unir lo consciente y lo inconsciente, a entablar en nosotros un diálogo entre instinto y espíritu. Pues de otro modo ardería también nuestro tejado, y se encendería también de una vez en nuestro espíritu una fuerte pasión, que no nos permitiría ya pensar con libertad. En algunas ocasiones nos parece como si estuviéramos en un horno de fuego. Entonces seremos en cierto modo consumidos por nuestras pasiones. Y arde en nosotros el amor hacia una persona que no nos corresponde. O puede que nos queme un deseo sexual. La imagen de los tres jóvenes en el horno de fuego nos dice que la confianza en Dios nos protege de las llamas de nuestras pasiones. La confianza en Dios nos permite también verlas a su verdadera luz. Ellas pueden hacer que llameen nuestras emociones. Pero el círculo en el que nosotros confiamos, nuestro yo espiritual, no será consumido por las llamas. Este yo espiritual, el verdadero yo de Epicteto, es como un ángel que ha bajado al horno de fuego.
Él hace que esté frío el interior de nuestra estufa. En medio de las brasas hay un círculo en nosotros donde el fuego no puede entrar. Es el lugar donde el ángel está con nosotros y donde Dios mismo habita en nosotros. Así pues, la confianza en Dios nos introduce de una vez en el círculo interior adonde las pasiones no pueden llegar. Entre otras cosas, la confianza en Dios nos permite ver correctamente las cosas. Si tengo en Dios mi apoyo, ya no necesito tenerlo en ninguna posesión externa, ya no tengo por qué aferrarme ni a los hombres ni a las costumbres con las que me he criado.
La confianza en Dios puede llevarme a esa misma libertad que demostraron los tres jóvenes ante el rey. Él no podía moverlos a ser infieles a sus convicciones ni a que mediante la traición se hirieran en su identidad, porque tenían en Dios un firme sostén, porque confiaban en que Dios les daría todo lo necesario para vivir. Confiar en Dios significa también estar de acuerdo con él, conformarse con lo que Dios nos da, con los retos que nos plantea, con lo que nos pide. Para Crisóstomo, confiar en Dios consiste en tener ideas correctas de la realidad. Esto nos libera del poder de los reyes de este mundo.
Esto nos libera de los hombres que creen que pueden mandar sobre nosotros, que creen que pueden meternos miedo porque en la fábrica tienen más categoría que nosotros, porque ocupan en la sociedad puestos más altos que nosotros. Esto nos libra de los hombres que quieren hacernos creer que dependemos de su benevolencia, que ellos pueden determinar nuestro futuro, que pueden obstruir nuestro camino hacia adelante
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