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miércoles, 18 de julio de 2012

NO TE HAGAS DAÑO A TI MISMO-SAN JUAN CRISOSTOMO II



José de Egipto
La figura veterotestamentaria de José es para Juan Crisóstomo una prueba más de su tesis de que nadie puede ser herido si él no se hiere a sí mismo. José hace caso a sus sueños. Está en consonancia con la voz interior en la que Dios mismo le habla. No comparte la interpretación de sus hermanos, que le desprecian por ser el más joven, que le odian y rechazan porque es distinto, porque es el preferido de su padre.
Quieren matarlo. Pero siguiendo el consejo de Rubén lo arrojan a una cisterna y acaban vendiéndolo a unos mercaderes que pasan por allí, los cuales lo llevan a Egipto y lo venden a Putifar, un alto funcionario del Faraón. Allí todo le iba bien porque Dios estaba con él (cf. Gén 39, 2).
La envidia de sus hermanos no le podía perjudicar. Aunque le arrojaron a la cisterna y lo vendieron, en realidad no le pudieron herir. El sabía que estaba en manos de Dios. Eso le libró del poder de sus pérfidos hermanos. Ellos quisieron hacerle daño, pero lograron exactamente lo contrario, beneficiarle. Pues ninguno de ellos hizo una carrera tan meteórica como José.
Pero el camino de José no fue todo él un camino de rosas. Como José lograba todo lo que emprendía, su señor lo hizo administrador de su casa. Bajo su mandato se multiplicaron las posesiones. Todo le salía bien. La mujer de Putifar puso sus ojos en él y quiso que se acostara con ella. Pero José fue consecuente consigo mismo. No se dejó llevar por la mujer, sino por su conciencia. Entonces, la mujer de Putifar le calumnió diciendo que José había intentado acostarse con ella. La consecuencia fue clara: José fue a dar con sus huesos en la cárcel. Una vez más parecía que el destino se volvía contra él. Pero en la cárcel José siguió siendo fiel a su conciencia. Cierto que estaba en prisión, pero seguía siendo un hombre libre,
porque tenía la seguridad de estar en manos de Dios. Allí interpreta sus sueños a sus compañeros prisioneros.
Finalmente le fueron a buscar para que interpretara los sueños del Faraón, que los adivinos y los intérpretes de sueños de Egipto eran incapaces de desentrañar. Y cuando José los descifró, el Faraón le dio autoridad sobre todo Egipto. Una vez más, Dios lo libró de la mano de un hombre injusto y envidioso. Nada pudo perjudicarle. Al contrario, dice Crisóstomo, cuanto más daño querían hacerle los demás, tanto mayor era su honor. Una historia demasiado bonita para ser verdad, puede pensarse. Pero en nuestra vida se pueden encontrar muchos ejemplos que confirman esta historia. A veces parece que todo se nos pone en contra. Pero si seguimos anclados en Dios, nuestra suerte cambia por completo. Descubrimos de golpe el sentido de nuestra crisis, de nuestro fracaso, el sentido de la calumnia y del trato injusto que hemos tenido que soportar.
Todo eso nos empuja tanto por dentro como por fuera. A José no le resultó fácil el tiempo que pasó en la cisterna y en la prisión. Allí su destino le hizo sufrir. Pero al descifrar sus sueños, recuperó de nuevo la esperanza de que la prisión no era en su vida la última palabra, que Dios le había dado una dignidad inviolable que nadie le podría arrebatar. Cuando nos encontremos en un apuro, cuando nos sintamos entre la espada y la pared, la historia de José puede infundirnos la esperanza de que Dios también cambiará nuestra suerte, de que en todo estamos en las buenas manos de Dios. 

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