Configuración bíblica de la libertad
Quisiera reflexionar ahora en tres pasajes de los escritos tardíos del Nuevo Testamento que están en la línea del pensamiento de san Juan Crisóstomo. Hay pasajes que, como el obispo de Constantinopla, comparten el pensamiento de la Stoa y de la filosofía griega y traducen conscientemente el mensaje cristiano al mundo helenístico de finales del siglo I.
La valoración de muchos exegetas y teólogos sobre la teología de las cartas pastorales y las dos cartas de Pedro es fundamentalmente negativa. Así, al referirse a las cartas pastorales H. Köster habla de una «liquidación total de la teología paulina» (Oberlinner, XLVIII). Sin embargo, estos escritos tardíos del Nuevo Testamento constituyen para mí unos testimonios importantes de la dimensión mística del caminocristiano.
Actualmente tienen una importancia extraordinaria porque tratamos de redescubrir la mística cristiana y comprenderla en diálogo con la mística del hinduismo y del budismo. Y como las cartas pastorales y las dos cartas de Pedro tratan de insertar el mensaje cristiano en la cultura griega, creo que legítimamente puedo interpretarlas sobre todo en diálogo con la mística. Pues el helenismo se caracterizaba por su espiritualidad mística. En él confluyeron el acervo intelectual egipcio, oriental, griego y judío (Altaner, 167). Se caracteriza por el culto de los misterios y por las prácticas místicas tal como entonces se precipitaron desde Oriente hacia Occidente.
Así, estos escritos tardíos del Nuevo Testamento pueden ayudarnos a formular de nuevo la dimensión mística del mensaje cristiano en diálogo con otras tradiciones religiosas y espirituales, respondiendo así al anhelo de experiencia de Dios que tiene el hombre de hoy. Debe quedar bien claro, además, que el camino místico es siempre el camino hacia la libertad interior, que en el camino espiritual debemos encontrar nuestro auténtico yo, que debe estar libre de las heridas que nos causan los demás y también de las autolesiones que nuestro yo enfermo nos procura. La primera vez que penetré en el contenido de las cartas pastorales y las dos cartas de Pedro, fue cuando las interpreté a la luz de la psicología transpersonal. Creo con Ken Wilber, el representante más significativo de la psicología transpersonal, que los tres textos que he seleccionado son testimonios del triple camino de la mística.
El primero es el camino de la mística del amor, tan magníficamente descrito por Teresa de Jesús. En él se trata de la unión personal con Dios o con Jesucristo. La unión con Dios transforma al hombre. Teresa lo explica mediante el gusano de seda. En la unión con Dios, la oruga se convierte en mariposa. «Muere el yo y resurge el alma» (Wilber, 363). Creo que la primera Carta de Pedro es testigo de esta
transformación del hombre por la experiencia del amor de Cristo y por la unión con él.
Pues esa carta nos dice que la vida en Cristo nos libera del miedo a las heridas que nos causan los otros y de los modelos inconscientes de vida con los que nos herimos nosotros mismos.
Testigo del segundo camino es el maestro Eckhart. Se trata del camino de la mística de la unión. El yo se despierta y descubre su identidad con Dios. El maestro Eckhart habla de la irrupción de lo finito «en el origen infinito e increado» (Wilber, 371). No se trata ya aquí del encuentro amoroso con Dios, sino de la experiencia de nuestra unidad originaria con Dios. Cuando logramos llegar al núcleo de nuestra alma, allí encontramos a Dios y a nuestro verdadero yo. Pues bien, a la luz de esta mística de la unión quisiera interpretar el texto de Tito 2, 11-14. Con ello no se agota naturalmente toda la teología de la Carta de Tito. Pero desde el trasfondo de la mística de la unión, las palabras de la Carta de Tito resuenan en mí de un modo nuevo. El tercer camino de la mística podría describirse como experiencia de pura presencia. Para Ken Wilber, la mística en este grado es «el simple sentimiento de ser; puro apercibimiento como la apertura o la iluminación» (Wilber, 379). El hombre reconoce en todas las cosas la naturaleza divina. El maestro Eckhart lo expresa así:«Ve a Dios en todas las cosas, pues Dios está en todas las cosas... pues Dios es Uno... todas las cosas serán para ti manifiestamente Dios» (Wilber, 379).
Representante de esta clase de mística, que ve a Dios en todo como su auténtico fundamento, y que descubre en el hombre y en la creación su naturaleza divina, puede ser 2 Pe 1, 3-8. En este texto nos encontramos con esa expresión singular que ha desconcertado a tantos exegetas, es decir, que por Cristo somos partícipes de la naturaleza divina. Por un lado quisiera describir estos tres textos como caminos de la mística, pero por otro quisiera preguntarles a continuación qué pueden aportar a la cuestión de la autolesión y de la experiencia de la libertad interior. Para mí, el camino místico es también un camino terapéutico. Sin embargo el camino místico tiene una dimensión distinta a la del camino psicológico normal, en el que situamos las heridas de nuestra niñez, las asimilamos y así las curamos. El camino místico no cura nuestras heridas, sino que nos conduce a un lugar que trasciende nuestras heridas, al espacio interior de nuestra alma, que no puede ser herido. Y al descubrir en este camino nuestro yo invulnerable, somos verdaderamente libres. Cuanto más vaya de fuera a dentro, más libre seré frente al mundo exterior. No se trata, sin embargo, de una retirada a la pura interioridad, sino de un camino, de una nueva forma de relacionarse con el mundo exterior, de preservar la libertad interior en cada encuentro con los hombres y las cosas, y desde esta libertad comprometerme apasionadamente con este mundo. La libertad interior es la condición para no herirnos sin cesar a nosotros mismos. Nos libera de los viejos modelos de vida con los que nos dañamos a nosotros mismos, y de las falsas ideas que nos hemos hecho de la realidad. Pues tanto la Biblia como la filosofía de la Stoa se muestran convencidas de que lo que nos hiere de verdad son las ideas que tenemos de las cosas. La meta del camino místico es la unión con Dios y la libertad del hombre, el venir-a-sí-mismo del hombre, su ser él mismo.
Cuando el hombre descubre a Dios en él y se hace uno con él, entonces entra cada vez más en contacto con la imagen originaria que Dios se ha hecho de él. Y cuando se identifique con la imagen primitiva de Dios, entonces será realmente libre, entonces la realidad externa ya no podrá herirle.
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