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viernes, 31 de agosto de 2012

NO TE HAGAS DAÑO A TI MISMO-LOS CAMINOS DE LA LIBERTAD II




¿Quién os hará mal si buscáis con entusiasmo el bien?

La primera Carta de Pedro se escribió probablemente hacia el año 90. El autor se dirige a los cristianos sometidos a una presión creciente por el entorno hostil que los rodea, con objeto de consolarlos y de exhortarlos a la perseverancia. Se trata pues de la cuestión de cómo tengo que afrontar el sufrimiento que me viene de fuera y que no puedo evitar. El autor, que muy bien podría no ser Pedro, invita a los cristianos a asumir sus sufrimientos, pero también a mantener la libertad ante ellos mediante la unión con Cristo. Un motivo de consuelo es que los cristianos son aquí forasteros y no tienen ninguna patria (1 Pe 2, 11).
Otro motivo que tienen los cristianos para superar el sufrimiento que les inflige su entorno, es que sufren con Cristo y que al final la maldad de los hombres no les puede causar ningún daño si permanecen en Cristo. Así anima el autor a sus lectores y lectoras: «¿Quién os hará mal si buscáis con entusiasmo el bien? Dichosos si tenéis que padecer por hacer el bien. No temáis las amenazas ni os dejéis amedrentar. Dad gloria a Cristo, el Señor, y estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os pida explicaciones. Hacedlo, sin embargo, con dulzura y respeto, como quien tiene limpia la conciencia. Así, quienes hablan mal de vuestro buen comportamiento como cristianos, se avergonzarán de sus calumnias» (1 Pe 3, 13-16). Aquí el autor parece aludir a la tesis estoica de que los hombres no pueden herirnos con su maldad. ¿Y por qué los hombres con sus amenazas no pueden darnos ningún miedo? Porque buscamos celosamente el bien. Pues si tenemos en Dios nuestro apoyo, la persecución de fuera no nos puede hacer nada. La primera Carta de Pedro puede describir también nuestro fundamento espiritual como «Cristo en nosotros». Pues si tenemos a Cristo en nuestros corazones, no tenemos ningún miedo a lo que asusta a los demás. Entonces no hay poder en el mundo que pueda
desconcertarnos. Pues aunque los cristianos se sientan muy amenazados por gente enemiga, por dentro siguen siendo libres. Y eso porque saben que llevan a Cristo en sus corazones. 
Otro motivo de que los cristianos sean invulnerables es su buena conciencia. Aquí tenemos la palabra syneidesis, que Epicteto tanto valoraba. Designa al yo interior, al yo espiritual, como diría la psicología transpersonal. Al que vive desde este yo interior, al que vive en sintonía con él, a ése no le afectan para nada ni las hostilidades ni las calumnias de los hombres. A la buena conciencia todavía hay que añadir que ellos viven su vida en Cristo. Están sumergidos en Cristo. Hay en ellos un espacio que sólo Cristo llena. Y a este espacio interior, las heridas de fuera no tienen ningún acceso. La experiencia que tenían los destinatarios de la primera Carta de Pedro era la persecución, era ser objeto de la maldad de los hombres. Hoy no se nos suele perseguir a causa de nuestra fe. Pero mucha gente tiene hoy la experiencia de que nos hallamos rodeados por una inmensa maldad. Una mujer me habló una vez de su espantosa niñez. Varios hombres de su familia abusaron sexualmente de ella. Ella siente como si una maldición planeara sobre su cabeza. Nació en el contexto de una obsesión que desde hace generaciones caracteriza a su familia. 

En estas situaciones, la terapia tiene sus límites. Entonces yo sólo le podía aconsejar que «tuviera a Cristo en el corazón», que creyera que Cristo habita en ella. Y si Cristo habita en alguna parte de ella, es toda ella santa y salva.  El mal ahí no tiene nada que hacer. La maldición no tiene ningún poder sobre ella. Esta mujer apenas tiene fuerzas para asimilar las terribles experiencias de su niñez. Sólo puede creer que hay en ella un espacio en donde las heridas de su niñez no tienen ningún acceso, que no ha sido rozado por la maldad de los hombres. Y puede tener a Cristo en sus heridas. Y Cristo puede poco a poco irlas curando. Pero normalmente esto no sucede enseguida, sino, como advierte la Carta de Pedro, cuando se tiene a Cristo en el corazón, cuando la gracia de Cristo penetra en la desgracia que ruge en el interior. Este texto de la primera Carta de Pedro me trae a la cabeza los versos tan conocidos de santa Teresa de Jesús: Nada te turbe, nada te espante,
todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: sólo Dios basta. Para la gran mística española, la experiencia de Dios nos lleva a la libertad interior. Si Dios está realmente en nosotros, si el amor de Dios significa tanto para nosotros que él solo nos basta, entonces nadie podrá hacerme nada. Entonces ya no tendremos ningún miedo al mal que nos causa el entorno, ya no temeremos a los que irrumpen avasallando desde fuera. 
El camino místico, tal como Teresa lo entiende, es también y siempre el camino de la libertad, el camino que nos libera del poder de los hombres, el camino que nos libra de las heridas que nos causamos nosotros mismos y de las heridas que nos vienen de fuera. Pero esta inviolabilidad que genera en nosotros la experiencia de Dios, no es ningún carro blindado donde nos metemos para que no nos llegue nada de fuera. No se trata de ser insensibles, sino de experimentar el amor. El amor nos hace ciertamente vulnerables. Pero esta vulnerabilidad no tiene nada que ver con que nos hiramos a nosotros mismos. El amor de Dios puede ser una especie de ayuda frente a la maldad de los que quieren herirnos. El amor de Dios es más fuerte que todo lo que nos amenaza desde fuera. Y si con ese amor amamos también a quienes nos hieren y persiguen, entonces descubrimos en ese quehacer hiriente sus propias enfermedades, que tratan de continuar en nosotros. Entonces ya no tomamos sus heridas como algo personal, sino como expresión de sus propias heridas. Si nuestro amor es lo suficientemente fuerte, puede incluso curar las heridas de los que nos hieren. El amor de Cristo, que en su muerte amó incluso a quienes lo mataron, tenía fuerza para curar las heridas de sus asesinos.

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