EVANGELIO
Jn
6, 51-59
Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Jesús
dijo a los judíos: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de
este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del
mundo". Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre
puede darnos a comer su carne?". Jesús les respondió: "Les aseguro
que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán
Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo
lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi
sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en
mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida,
vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Éste es el
pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que
coma de este pan vivirá eternamente". Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga
de Cafarnaúm.
Palabra
del Señor.
Nuevamente nos
encontramos en el Evangelio con el Discurso del Pan de Vida. En el
pasaje escogido para este domingo, Jesús repite varias veces que Él es el
alimento que da vida eterna. Teniendo en cuenta también las otras lecturas
[Proverbios 9, 1-6; Salmo 34 (33); Efesios 5, 15-20], sigamos reflexionando
sobre lo que significa para nosotros el sacramento de la Eucaristía, al que se
refiere la Palabra del Señor en la liturgia de hoy.
La Eucaristía es acción de gracias: en ella le damos gracias
a Dios por su Amor
El apóstol san Pablo exhorta en la segunda lectura a los
primeros cristianos de Éfeso, en el Asia Menor (hoy Turquía), a que “den
gracias sin cesar a Dios Padre por todo en nombre de nuestro Señor
Jesucristo”. El verbo que emplea corresponde al término griego eucaristía,
que significa acción de gracias o alabanza agradecida.
En efecto, cuando nos reunimos en la Santa Misa -o en la
Sagrada Eucaristía-, le damos gracias a Dios por su amor infinito. Son varias
las expresiones de agradecimiento a Dios a lo largo de la celebración
eucarística. En el himno que comienza con la frase “Gloria a Dios en el cielo”
le decimos: “te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te
damos gracias”. En el ofertorio, al presentarle el pan y el vino,
manifestamos nuestra gratitud diciendo: “bendito seas por siempre
Señor”. En el prefacio -la oración introductoria de la llamada plegaria
eucarística, inmediatamente antes de la consagración del pan y del vino que se
convierten en el cuerpo y la sangre gloriosos del Señor-, el sacerdote que
preside la celebración invita a la comunidad a expresar su gratitud diciendo “demos
gracias al Señor nuestro Dios”, y después de la respuesta “es justo y
necesario”, exclama dirigiéndose a Dios Padre: “en verdad es justo y necesario
(…) darte gracias siempre y en todo lugar…”. Luego, en la fórmula de la
consagración, el celebrante dice que Jesús, antes de tomar en sus manos el pan
y el vino, se dirigió a su Padre “dando gracias”.
En la continuación de la plegaria eucarística, en varias de
sus fórmulas, se hace explícita nuevamente la acción de gracias, que a su vez
se expresa en el ofrecimiento: “te damos gracias porque nos haces dignos
de servirte en tu presencia” ; “te ofrecemos, en esta acción de
gracias, el sacrificio vivo y santo ”. Y en el Padre Nuestro, después del
brindis en el que proclamamos el honor y la gloria que debemos reconocerle y
darle siempre a Dios, la frase “santificado sea tu nombre” equivale a “bendito
seas”, siendo ambas expresiones de reconocimiento agradecido.
En la Eucaristía
escuchamos la Palabra de Dios que nos instruye y nos orienta
La primera lectura nos presenta un texto de la literatura
bíblica llamada “sapiencial”. En él la sabiduría personificada invita a quienes
quieran salir de la ignorancia y la inexperiencia a que compartan el pan y el
vino que ha preparado para todos los que quieran tener vida siguiendo “un
camino razonable”. Ese camino razonable es precisamente el que nos señala la
Palabra de Dios que nos instruye y nos orienta para que podamos llegar a ser
eternamente felices.
Es el propio Jesús quien nos habla en las lecturas bíblicas
que reconocemos como Palabra de Dios dirigida a nosotros. Pero, sobre todo, en
la Eucaristía se nos hace presente Él como la Palabra de Dios hecha carne, que
se hizo presente y actuante en un ser humano. Por eso a lo que se nos invita en
la Eucaristía es no sólo a escuchar la Palabra del Señor, sino a saborearla de
tal manera que podamos asimilarla hasta el punto de identificarnos con ella. En
este sentido, el hecho de “comulgar” significa que la Palabra de Dios no sólo
llega a nuestros oídos, sino a lo más profundo de nuestro ser para que sea ella
la que dirija nuestra existencia desde dentro de nosotros mismos.
En la Eucaristía recibimos la vida de Cristo, prenda de
nuestra resurrección
Jesús insiste en que quien coma su carne y beba su sangre, es
decir, quien se alimente de Él mismo, tendrá vida eterna: “Y yo lo
resucitaré en el último día”, es la frase que queda resonando en nuestras
mentes y en nuestros corazones, para que no sólo la entendamos sino que ante
todo la sintamos como dicha a cada uno de nosotros.
A quien recibimos en la comunión es a Jesucristo resucitado,
y por eso, cuando en el Discurso del Pan de Vida Él nos dice que su
carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida, esta afirmación no
corresponde a una realidad de orden material sino espiritual, como lo es el
cuerpo glorioso del Señor y como lo será el de todo ser humano que después de
esta existencia terrena resucite a una vida nueva y eternamente feliz como la
suya.
Démosle gracias entonces a
Dios Padre, nuestro Creador, por el don de su Hijo Jesucristo, que se entregó a
la muerte de la cruz para hacernos participes de su propia vida divina y
resucitada mediante la comunión de su cuerpo y su sangre. Y pidámosle que nos
disponga a participar constantemente en la Eucaristía con una actitud de
reconocimiento agradecido, de escucha atenta para recibir y asimilar su
Palabra, y de apertura a la acción de su Espíritu para dejarnos llenar de la
vida gloriosa de Cristo, recibiéndolo en la sagrada comunión y obrado en
coherencia con sus enseñanzas.-
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